Ayer regresé de Medellín. Fui sólo unos días, pero lo suficiente para impresionarme como hacía mucho no me pasaba.
¡Qué ciudad tan interesante! Aunque en su historia reciente hay mucha, muy cruda y muy famosa violencia, su recuperación basada en programas sociales y culturales, bien diseñados y arropados por la misma ciudadanía, son el más increíble ejemplo de estos programas bien hechos.
El orgullo paisa (medellinense), se siente cada vez que la gente habla de sus bibliotecas, del metro (lo limpio y bien cuidado que está, es muestra de lo mismo), del tranvía que inauguran pronto, de toda la ciudad bien iluminada, de los espacios recuperados, de los planes urbanos para colonias de difícil acceso, de su producción de flores, de la recuperación de sus parques, de sus museos, de sus artistas mundialmente consagrados así como de artistas, a veces anónimos, que usan la ciudad como lienzo, … El orgullo esta allí, siempre presente. La ciudad volvió a nacer, parce, y de qué manera, me dijo un taxista.
La vida nocturna es bien conocida internacionalmente (aunque en algunos casos, no por razones correctas), pero la diversidad en la oferta, no tanto. Puedes ir y escuchar bachata, reggeton, rock, tango; y encontrar cocktelería de nivel internacional, incluso, sin salir del mismo centro comercial, donde hay siete pisos de bares.
Sin claro, dejar de lado el café, simplemente: brutal –sigo temblando de tanta cafeína que aún traigo en el cuerpo.
NOTA: Esta vez, aunque llevé cámara, me di cuenta que está fallando, todas las fotos son con el celular :/
El orgullo paisa, es único e increíblemente merecido. Y la amabilidad, referente mundial. Bien dice que Villoro que en Antioquia, la amabilidad es un torneo que siempre pierde el visitante. Y sí.
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