La casa en el árbol

Construyendo sueños infantiles: la increíble historia de mi casa en el árbol y cómo logré convertirla en mi propio castillo a los 6 años

A los 6 años mi única misión en la vida era hacer mi “casa en el árbol” y ¡madres que fue una tarea difícil! Pero terminé lográndolo.

Ya tenía mi árbol, un fresno de unos 80 años, estratégicamente seleccionado, excelente vista, un caudaloso río lo flanqueaba (en realidad era canal de riego de no más de 50 cm de ancho y cuando mucho, 20cm de profundo) sobre el cual podría (a futuro, claro está) tender un puente levadizo. El árbol medía como 30 metros, suficientemente alto para estar seguro (honestamente eran como nueve, pero repito: yo sólo tenía seis años), ramas lo suficientemente fuertes,… era EL Árbol.

Todo mi domingo (mesada) lo gastaba en clavos, techos de chapopote, alambre y cuanta madre pareciera útil de la ferretería. Visto en retrospectiva, me cae que fui de los mejores clientes del ferretero por varios años, si no el que más le compraba, invariablemente todos los domingos estaba allí. No alcanzaba a ver por arriba del mostrador, pero llegaba puntualmente a comprar mi material.

— Tres pesos de clavos de-a-una (pulgada) y 2 de media, Fello, por favor.
— Claro beco, ¿cómo va la casa?
— ¡Bien, bien! Si puedo hoy le pongo techo.
— ¡Perfecto! recuerda que el colado* es lo más importante —y se reía.
— Ahhh, ¿y de’a cómo está el metro de cuerda?
— Pues mira esta te sale a 3 pesos y esta es de’a 4 el metro —señalando las diferentes cuerdas.
Involuntaria pero irremediablemente ponía cara de desilusión, pues los diez metros que necesitaba eran evidentemente incosteables.
— Mira, si cuando acabes tu casa me invitas, yo te regalo la cuerda.

Hoy hubiera gritado “¡A huevo!”, pero bien, grité lo que gritaba en aquellas épocas, y muy fuerte.

En fin, el problema —el gran problema— es que no me alcanzaba ni a madrazos para conseguir tablas para el indispensable piso. Ya tenía reja, techo, hasta un librero, escalera (contra intrusos),… pero no tenia piso.

Allí fue donde descubrí la mina de oro: mi cama tenía 8 tablas debajo del colchón (la de mi hermano otras 8 y la de mi hermana otras 6)! Fue cuando mi mente fría y calculadora determinó que 4 tablas en cada cama eran más que suficientes para sostener cada colchón. Y pues bueno, fue con ayuda de Pancho** que me ayudó a levantar los colchones para sustraer tan preciados materiales. Echándonos aguas pues no fuera a aparecer mi jefa, La Jefa.

Cuando en mi orgullo de arquitecto/constructor les presumí la obra maestra a mis papás, fue mi mamá la que se le ocurrió la brillante idea de preguntar de dónde habían salido las tablas, a todas luces incosteables con mis ahorros.
— Mmmmmmhhh, me las encontré en el cerro.

Aquí es donde, de tener nombre de telenovela, mi mamá hubiera gritado a los 4 vientos la retahíla de nombres, pero no, sólo tengo uno…
— Me explicas o nacionalizo tu casa…
— Mmmmmm…
— Te sigo esperando…
— Mmmmmm… Es que dormía muy incómodo con tantas tablas en mi cama… —chicle y pegaba, pero no.

Con la típica voz mamá enojada: pausada, con el único fin de causar el mayor terror posible, y bueno, de que no pases por alto ni una sola palabra (tono muy usado también en la adolescencia con la frase “haz lo que quieras“)…
— Tienes hasta las dos (era la 1:30) para dejar las tablas exactamente donde estaban, o si no, te las ves conmigo…

Creo que no era la ni la 1:40 cuando todo estaba, tristemente, como antes: las camas con tablas y mi casa sin piso.

Cabe mencionar que fue mi mamá la que, de una u otra forma, fue haciéndome llegar tablas inservibles para tener el piso de mi casa, que llegó a ser mi castillo.

* el colado es el proceso de vaciar el cemento en la estructura que da forma al techo de una casa normal y ciertamente es uno de los procesos más importantes.
** creo que el blog es demasiado chico para albergar las historias de Pancho, si algún día escribo un libro, será de Pancho y todo lo que aprendí de él, mi tercer abuelo y mi primer amigo. Luna lunera cascabelera, dame una tuna y una telera.


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